Una historia de filosofía para niños.

Buenas tardes. Este es el blog que surge de la asignatura 'Procesos y contextos educativos' del master de profesorado de la Uva. En esta primera entrada me propongo contar un poco quien soy y porque he decidido dedicar mi vida a la educación, así que vamos con ello.

Me llamo Miguel y puedo afirmar que este agosto me gradué en la carrera que me apasiona desde los 15 años, filosofía. Probablemente parte de mi vocación educativa nazca de mi relación con esta materia. No en vano la filosofía desde sus orígenes se concibe como un proceso catártico en el que uno aprende a apreciar, respetar y desear el saber, aprendiendo en el camino las capacidades críticas que le convierten a uno en un mejor ciudadano. 

Sin embargo, en esta entrada no me voy a permitir soltar un tochazo filosófico sobre la importancia de la educación o la bidireccionalidad del aprendizaje. Tampoco voy a narrar mis hazañas y desventuras como monitor del Grupo Scout Parquesol -aunque en esa asociación se educa-. No, esta entrada va a tratar sobre la ocasión en la que me convencí de que realmente mi camino pasaba por educar y ser educado. La historia que da nombre a este blog, la leyenda que aquellos que estuvimos presentes conocemos como 'El Juicio de la bruja del tiempo'.

Corría Julio de 2019 y por una vez en mi vida, mi curso académico no había llegado a su fin. Ese año hacía prácticas externas en la ludoteca de la rondilla Allende Mundi. Por decir la verdad, antes de empezar no tenía muy claro cómo iba a funcionar aquello de la filosofía para niños. Había leído un poco de ese modelo de aprendizaje y aunque quería creer en la Mayéutica, no las tenía todas conmigo. No quiero extenderme demasiado en el funcionamiento de la filosofía para niños, así que me contentare con decir que Allende Mundi cambio las reglas del juego. En vez de realizar dinámicas y talleres desarrollando diálogos con los educandos, elaboraron un plan distinto: durante un mes, utilizamos la clásica ambientación de campamento para que los chavales se hicieran protagonistas de su propia historia, una historia que hablaba de filosofía. Son muchos los puntos álgidos y los problemas que surgieron de esa historia, pero hoy voy a centrarme en el que ya he anunciado: el caso de la bruja del tiempo. Cierta semana, les anunciamos a nuestros chavales que habíamos perdido parte de nuestra memoria sobre el fin de semana. Ellos prometieron ayudarnos, por lo que estuvieron realizando pruebas durante la semana para intentar ayudarnos a recuperar los recuerdos perdidos. La reminiscencia perdida, por cierto, era el momento en el que nos anunciaban -a los monitores- que la terrible bruja del tiempo había escapado. Y cuando lo recordamos, fingiendo extrema preocupación, nos decidimos a capturarla. 

Dejamos a los chavales -de entre 8 y 12 años- en el centro del parque de la ribera en la rondilla y realizamos un perímetro alejado. Un perímetro que vigilábamos, sin prestar atención a lo que ocurría dentro de él. Sin embargo, la terrible bruja se había colado. Y se encontró con nuestros educandos. 

Son muchas las cosas que podrían haber sucedido aquella mañana. La bruja podría haberlos secuestrado y haberlos utilizado para negociar. Sin embargo, por suerte, pudimos darnos cuenta a tiempo y capturar a la terrible hechicera.  Nuestra sorpresa fue tremenda, cuando en el momento de disponernos a encerrarla de nuevo, nuestros chavales y chavalas se enfrentaron a nosotros para exigirnos su liberación.

¿Que había ocurrido? ¿Síndrome de Estocolmo? 

Para explicarlo tengo que dejar este pésimo realismo mágico de lado. La idea del taller no era sino que los chavales entendieran que aquel que es castigado no siempre se lo merece y que el que imparte la justicia no siempre acierta. Teníamos para ello un montón de dinámicas que les permitirían alcanzar la conclusión. Sin embargo, no fue necesaria ninguna. En el momento de empezar a ponerlas en marcha, la mecha prendió y los chicos nos hicieron la revolución. Aún recuerdo cuando la mayor del grupo con decisión en los ojos exclamó: ¡Cuando yo era pequeña y me metía con los demás, me perdonasteis, y ahora soy mejor persona! Ese fue el momento en que entendí que quería dedicarme a esto. Niños de 8 o 9 años nos desarrollaron en medio de un cuento argumentos más complejos sobre la justicia de lo que uno suele ver entre los adultos. Y no fue, obviamente, por las 3 semanas de filosofía que llevaban. Fue por los años de cariño que la gente de Allende Mundi había dedicado a esos chavales. Y fue porque desde los 4 años se les había enseñado a pensar por si mismos.

Aquella tarde me asalto una duda. Si un campamento de día en el mes de Julio que cuenta con 200 chavales de entre lo más diverso de rondilla puede conseguir que aflore en los críos una noción compleja de la Justicia ¿Que no podrá hacer la educación estatal, con tantos medios a su disposición?

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